Y viene el hombre a descorchar el trigo,
su pan es mi alimento,
la espiga que me trago algunas noches
mientras espero el juicio de la luz.
Y en cada oscuridad crece el mismo temor,
la misma duda sin alfombras,
el mismo frío en el bostezo:
es la promesa de la sed.
Un sarro que se posa en las caderas
y las transforma en crimen,
como esta voz que ensucia la memoria
para hacerla futuro.
Y ya no están ni el hombre, ni el mantel,
ni la merienda sobre el vientre,
sólo la paz de la derrota
y un cuerpo algo más viejo y más vencido.
6 comentarios:
joé, es precioso
aquí de nuevo leyéndote...haciéndote de rogar esta vez...
atmósfera densa en tu poema, brillo y oscuridad....
un abrazo, un beso
Ay, Carmen, están tan bueno este poema!
Ese sarro en las caderas... es una imagen muy poderosa.
Un beso!
Me alegra mucho que te gustara.
Abrazos.
No tengo muchas ganas de escribir, Antonio, pero, bueno, ya volverán..
Un beso y un abrazo, eso...
Gracias, Paula, es un gustazo que te pierdas por aquí.
Besote.
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