De tanto mirar, rondé la ceguera.
Y la vida, esa rata con nombre de dolor,
despertó entre el apetito del tiempo.
Antes de hoy, yo ya rompía las horas.
Lo que ves es sólo un resumen gris
de los vestidos que desnudaron mis veranos.
Lo que ves no es lo que soy.
Llegué a ti desde la fatiga de los espejos,
desde el cansancio.
Desde el error de los relojes.
Desde el balcón que se asoma
sobre la pereza de los tejados.
Llegué para huir.
Y respiré azul en las azoteas
sin recordar
que, detrás de las ciudades,
aún residían los nombres sin patria.
Miré tanto que sacudí la luz
sobre la única verdad no borrada.
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