Ayer pasé el día en en Cuenca. No conocía Cuenca. Y tampoco sabía que existía allí una autoescuela, famosa en el mundo mundial, en la que te preparan del carnet de conducir en quince días. Y si tienes suerte, claro, - y apruebas-, te lo llevas puesto en dos semanas.
Me ofrecí para ir a recoger a una amiga que, como yo, y después de sufrir el mismo ERE que yo, está en el paro, y ha aprovechado la oportunidad para sacarse el carnet de conducir en esa mundialmente famosa autoescuela, de la que yo, hasta hace nada, no tenía noticias.
De paso quería ver las casas colgadas y esas cosas.(Por cierto, aprobó el teórico, con una preparación de cuatro días, eso sí, intensivos).
El día fue curioso, no por Cuenca, que el casco viejo es precioso. Ni por las casas colgadas. Ni por la Catedral cuya fachada me recordó, vagamente, a la de Notredame. Fue curioso, como siempre, por la gente.
Comí con un montón de recién examinados de la famosa autoescuela, y yo, que tengo el carnet de conducir desde los dieciocho, me quedé asombrada al comprobar las cosas tan dispares que pueden servir para unir a las personas. Basta con tener un solo objetivo común para que, al menos temporalmente, se creen lazos fortísimos.
De repente, una parada de Barcelona de 37 años es amiguísima de un canario de 28, que pretende escribir guiones de cortos, sólo porque han coincidido en una autoescuela de Cuenca y los dos se quieren sacar el carnet de conducir.
Y, sobre todo, porque los dos sienten que lo están haciendo a destiempo.
Todo este rollo viene a cuento porque, al final, la gente sólo necesita "creer" en algo, tener un objetivo -el que sea- para unirse con otra gente y luchar por él. La apatía sólo surge cuando nos aíslamos.
Al principio, tú, que llegas de fuera, ajena a toda esa movida, y con carnet de conducir hasta renovado, eres un bicho raro pero si les oyes y te interesas, te aceptan. Basta con que hagas tuyos sus problemas, con que ejercites eso tan maravilloso que llaman empatía.
Y acaban invitándote a su casa de Barcelona. O de Vigo. O de Santa Cruz de Tenerife. O te dicen "que zapatos más bonitos llevas", que no es la frase del año, desde luego, pero que, a veces, se agradece mucho más que la frase del año porque, tal vez, el día anterior estuviste triste. O echaste mucho de menos a alguien sin saber que te esperaba Cuenca, con sus casas colgadas, con un puente en el que, curiosamente, habían pegado una ristra inmensa de folios para escribir el poema más largo del mundo (poema en el que no participé porque después de leer algunas de las cosas escritas, me di cuenta que no tenía nada que aportar: dos andaluces celebran su cuarenta aniversario de boda en la ciudad de las casas colgadas y dicen que son felices... Puedo escribir yo algo que supere eso?).
Había una chica catalana que se llamaba Irene con la que me sentí muy bien hablando. Además, fumaba tanto o más que yo, que ya es decir. A lo largo de la conversación me dijo varias veces que era muy simpática, muy guapita y que parecía tener mucho carácter. Y todas las veces me dieron ganas de abrazarla porque no tenía ni idea de lo que me había costado ese día levantarme, intentar ponerme guapita, conducir dos horas hasta Cuenca y procurar ser simpática con un grupo de gente que nada sabía de mí.
Tampoco le pude explicar que justo ese día la vida me había puesto delante lo que necesitaba: una ciudad como Cuenca y un montón de desconocidos en los que aprender una vez más lo grande que es el mundo y lo pequeñas que son mis miserias.