Castigada de espaldas a la noche
finjo que no me importa
si nadie vuelve a andar por mi cintura
o a curarme el otoño mientras duermo.
Si ni siquiera yo me toco,
si no busco los trozos que me faltan,
si mutilo la herida,
cómo esperar que nadie me limpie con su lengua.
He dejado de ser una mujer desnuda,
un desgarro de luz.
Ahora que no muestro un pecho cálido
sino esta cicatriz que desfigura al mundo
y me arropa la piel con su crueldad,
ahora, sólo sirvo de pasado,
de vientre roto,
de sed en la estadística del miedo.