La vida me ha enseñado que son muy pocos los que practican el arte del no-olvido y la honestidad.
Así ocurre que cuando uno encuentra a alguien que parece especial siente deseos de llevárselo consigo a todas partes, de compartirlo todo con él y hasta de quererle, sobre todo desde que querer dejó de ser un capricho de última hora o un consuelo ante la soledad.
Me pregunto si me estaré convirtiendo en una descreída o,
como me dijo alguien hace poco, en realidad siempre lo he sido, aunque me haya pasado la vida jugando a ser una niña feliz.
4 comentarios:
Lo malo, lo peor, lo erróneo es hacer genérico el aprendizaje. Una y otra vez.
Hay motivos para 'descreer' como también los hay para creer. Me quedo con éstos últimos.
Y quiero creer en el ser humano, en que todos practicamos el arte del no-olvido y de la honestidad, pero que no siempre nos sale bien.
Hay motivos para creer, hay motivos para querer.
un beso Carmen.
¿ya de vuelta por tu Madrid?
Juraría que te había contestado, Nebroa, ayyy la técnica y yo... Te decía que si te referías a esa buena costumbre de caer en los mismos errores una y otra vez... o si era a todo lo contrario, porque si dejas de creer es porque has creído antes... o sea, todos somos creyentes? jeje... qué lío...
Un beso.
No, todos no practicamos ese arte, Antonio, ni muchísimo menos... Tú sí, jeje...porque mira que hace tiempo desde esa calle Segovia y esa Plaza de la Paja...ah, y de esa Bette Davis, jeje...
Y sí, ya por mi Madrid...Con la vida cambiada pero en mi Madrid.
Besooooo
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