Ahora,
que no soporto que me roce
ni el terciopelo del vestido de mi madre,
que me paso las noches tirando piedras
al cielo
a ver si hay suerte y le doy a Dios en un ojo,
vas y me acaricias la nunca,
Daniel.
(Es como si alguien hubiera ofrendado
la muerte de mi padre
a tu silencio
para que yo volviese a vivir)