La vida me ha enseñado que son muy pocos los que practican el arte del no-olvido y la honestidad.
Así ocurre que cuando uno encuentra a alguien que parece especial siente deseos de llevárselo consigo a todas partes, de compartirlo todo con él y hasta de quererle, sobre todo desde que querer dejó de ser un capricho de última hora o un consuelo ante la soledad.
Me pregunto si me estaré convirtiendo en una descreída o,
como me dijo alguien hace poco, en realidad siempre lo he sido, aunque me haya pasado la vida jugando a ser una niña feliz.