No sé que tengo, como una cosa triste y rara agarradita a la boca del estómago. Y lo peor es que no sé los motivos. Además, no puedo escribir. Cuando me siento así, no me sale ni un solo verso. La mayoría de la gente cree que cuando peor se siente uno mejor se escribe. En mi caso, desde luego, no es así.
Cuando me siento mal lo que más me apetece es el silencio. El silencio y las historias de los demás. Leer y leer. Pero narrativa, ficción, cuánto más ficción mejor.
Por eso debe ser que rara vez leo a novelistas españoles. Nunca no pero rara vez. No a todos, claro, pero a la mayoría los encuentro demasiado planos, entendiendo por planos "próximos".
Por eso debe ser también que, aunque lo he hecho, no me atrae en exceso la idea de viajar por Europa. No quiero más de lo mismo. Quiero sentirme durante tres días, una semana, un mes otra persona. Fabricar la ilusión de otra vida. Que ocurran cosas diferentes que me cuenten cosas diferentes.
Hay libros que me han ayudado a curarme y lugares a los que me escapo cuando puedo porque los necesito para vivir.
Cuando me ocurrió lo del ERE cogí el coche y me fui dos semanas a Marruecos, a la aventura, sin planes fijos, sin mucho dinero... Cambiábamos de ciudad o pueblo cada dos o tres días, hostales cutres, maleta va maleta viene, litros de té y, sin embargo, yo que hace ya mucho que tengo asumido el insomnio, dormí como un tronco desde el primer día. Una noche fueron diez horas del tirón. Y ni una sola pesadilla. Allí me terminé, además, el libro de Le Clezió, La Cuarentena (una novela de viajes y aventuras ambientada a finales del siglo XIX, justo lo que me hacía falta).
Cuando tengo días, o etapas, o rachas tontas no me sirve, como tal vez les suceda a otros, refugiarme en lo conocido. Lo mío, creo, es siempre una huida hacia delante. Por eso no creo en las segundas partes de las historias de amor ni en las segundas partes de las historias de amistad rotas. Por eso no me arrepiento de casi nada de lo que hago pero no repito jamás lo que no me gusta.
No sé, esta cosa rara en la boca del estómago tal vez sea un aviso o, simplemente, impaciencia o la intuición de que tengo que provocar que suceda algo nuevo YA. Lo que más deseo es que, por favor, esa sensación se largue y me da miedo que no se vaya si me limito a quedarme quieta y esperar que suceda.
Cuando me siento mal lo que más me apetece es el silencio. El silencio y las historias de los demás. Leer y leer. Pero narrativa, ficción, cuánto más ficción mejor.
Por eso debe ser que rara vez leo a novelistas españoles. Nunca no pero rara vez. No a todos, claro, pero a la mayoría los encuentro demasiado planos, entendiendo por planos "próximos".
Por eso debe ser también que, aunque lo he hecho, no me atrae en exceso la idea de viajar por Europa. No quiero más de lo mismo. Quiero sentirme durante tres días, una semana, un mes otra persona. Fabricar la ilusión de otra vida. Que ocurran cosas diferentes que me cuenten cosas diferentes.
Hay libros que me han ayudado a curarme y lugares a los que me escapo cuando puedo porque los necesito para vivir.
Cuando me ocurrió lo del ERE cogí el coche y me fui dos semanas a Marruecos, a la aventura, sin planes fijos, sin mucho dinero... Cambiábamos de ciudad o pueblo cada dos o tres días, hostales cutres, maleta va maleta viene, litros de té y, sin embargo, yo que hace ya mucho que tengo asumido el insomnio, dormí como un tronco desde el primer día. Una noche fueron diez horas del tirón. Y ni una sola pesadilla. Allí me terminé, además, el libro de Le Clezió, La Cuarentena (una novela de viajes y aventuras ambientada a finales del siglo XIX, justo lo que me hacía falta).
Cuando tengo días, o etapas, o rachas tontas no me sirve, como tal vez les suceda a otros, refugiarme en lo conocido. Lo mío, creo, es siempre una huida hacia delante. Por eso no creo en las segundas partes de las historias de amor ni en las segundas partes de las historias de amistad rotas. Por eso no me arrepiento de casi nada de lo que hago pero no repito jamás lo que no me gusta.
No sé, esta cosa rara en la boca del estómago tal vez sea un aviso o, simplemente, impaciencia o la intuición de que tengo que provocar que suceda algo nuevo YA. Lo que más deseo es que, por favor, esa sensación se largue y me da miedo que no se vaya si me limito a quedarme quieta y esperar que suceda.
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