A Luis García Montero Has llegado en la noche, como otras tantas noches, hasta la casa apuntalada en sombras. La puerta ha clausurado el alba amenazante, y, tú mismo una sombra, te desvistespor el pasillo a tientas, con las voces aún y el sabor de esa noche hurgando en la memoria. La habitación todavía es más ciega, y la invade, corpórea, la familiar tibieza de una niebla invisible. Has tumbado tu noche, tu cansancio y tu cuerpo, junto al cansado cuerpo de su noche. Quién sabe qué fantasmas la estarán visitando, con quién departirá en la hora puntual de los demonios, por qué tierras salvajes de los sueños andará extraviada y sin echarte en falta. Toda la suma de casualidades, de planes no cumplidos, de rutas postergadas, de incertezas, y que llevan por fin hasta esta noche, resulta un laberinto incomprensible. Mientras rumias un violento deseo, ella duerme a tu lado, flota sobre las aguas del lago de la noche, ajena a tus preguntas sin respuesta, y su respiración, en esas aguas, es el fiel testimonio de que hay vida, de que aún no te has ahogado. Qué está ella haciendo aquí, qué estoy haciendo. El lago no responde desde sus aguas frías. No creo que mañana obtenga la respuesta. Mientras tanto, ya me he acercado al animal dormido, su orilla me ha abrazado, y sin más tiempo para pedir ayuda nos hemos ido al fondo de la noche. |
lunes, 28 de mayo de 2007
El animal dormido
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