Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Gabriel Celaya
La luz no sabe sonreír
ni imitar las tormentas de la tarde.
Sabe agotarse en el sudor de los edificios,
enredarse en las persianas
y mancharse de grasa en los talleres.
Sabe mirar las uñas sucias
que escupen su rebeldía bajo los cartones.
De nada sirve la luz en los templos.
Se apaga su vocación de ciudad,
agoniza su hambre de calles vivas.
Su temblor enmudece en los polígonos,
en el humo de las fábricas,
en las mentiras que nos contaron.
Nunca serán luz las palabras huérfanas,
las que buscan el halago,
las que no se desnudan en el lodo.
Nunca será luz la herramienta que vence al mundo
ni esas veredas, vacías de risas,
bajo las que escondemos la verdad.
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